DON MIGUEL PALADINO

MIGUEL PALADINO FUNDADOR SUEZ

DEL CANAL DE SUEZ AL DESIERTO DE CARAHUE-- MAPU.

"Solo de recuerdos vive ya don Miguel Paladino. El mismo agobiado por una montaña de años- casi una centuria-, en apenas un vestigio de épocas remotas. Sentado en el patio de su casa, en Carhué, aunque bañado por el radiante sol, don Miguel tirita de pies a cabeza como invadido por un frío polar. Ese recordar que hiciera decir  Espronceda: ¿Por qué volvéis a la memoria mía, tristes recuerdos del placer perdido?, aunque torturante, parecía ser como el único rescoldo que infunde calor a su alma.

­__¡ Que frío, Dio santo!__ exclama don Miguel__. ¡Como me gustaría estar ahora trabajando otra vez en el canal de Suez! ¡Allá siempre era verano! 

__¿ Usted trabajo en el canal de Suez, don Miguel?__ preguntamos sorprendidos.

__¡ Eh,  Madona mía, claro que sí!

Dudamos, pues cuenta tan solo noventa y cuatro años. Acosado a preguntas, promete narrar el caso, pero antes pide que lo lleven a la cama, “porque siente que se le hielan hasta los huesos”. Mas no por eso deja de apurar su pipa, que no abandona ni para dormir, así como tampoco olvida “yerbear”, tanto que pide unos matecitos “para entrar en calor”.

Cuando hacia “puchero de mosquitos”.

Miguel narra que fue uno de los tantos que llegaron a mediados del siglo pasado a las playas desiertas del bajo Egipto, para emprender la obra que el francés Fernando de Lesseps acometió y llevó a feliz término: el canal de Suez.

__Yo era muchacho__comienza diciendo___ tenía doce años. Mi padre, Nicolás Paladino, que era maestro mayor de obras y sólo trabajaba para los “ricachos”, contrato la construcción de un tramo del canal.

Pronto nos pusimos en viaje, con unos tíos míos y otra gente, desde el de Sala Consolina, cerca de Salerno, en Italia, donde nací.    

Cuando llegamos, ya el Mediterráneo había entrado en el lago Timash. Aquello era un hormiguero humano. Había gente de toda Europa. Trabajamos como locos, bajos un sol abrasador y comidos por las moscas, mosquitos y mil bichos más, que nos dejaban las carnes llagadas.¡ Con decir que comíamos mas insectos que otra cosa!

__¿ Y cuál era su trabajo?__interrogamos.

__Me pusieron de cocinero y cuando tenía tiempo hacía de ayudante ¡Había que ver los montones de moscas y mosquitos que caían en el puchero y los macarrones! Y era inútil sacarlos porque a cada bocado tragábamos  lo mismo millares. Un tío mío no pudo resistir y se fue en seguida. No quiso saber nada de “puchero al moscato”.

__¿ Y ustedes estuvieron mucho tiempo trabajando en el canal?

__Poco más de un año__ responde__ Me quede con ganas de ver la inauguración de la obra. Pero en cambio, mi padre, que era muy curioso, me llevo a Jerusalén para visitar el Santo Sepulcro. ¡Que lugar imponente! Yo estaba sobrecogido de emoción y a ello contribuyo que se oía debajo de la sagrada tumba como de alguna maquinaria, y que nunca supe a que atribuir. Eso sí, los sacerdotes que guardan el sepulcro nos trataron muy bien.

A la Argentina, a poblar el desierto.

Entre bocanada de humo que Miguel va cavando hondo en su mente. De la Tierra Santa pasa con su padre a Francia y de allí al pueblo natal. El muchacho sigue la carrera de su progenitor, perfeccionarse en Salerno, levanta casas en su patria chica, entre ellas el templo, y para entonces- tenía veintitrés años-, todo el mundo habla de la Argentina como tierra de promisión. Y Miguel sueña con largos viajes.

-¡Argentina!-estalla como sobresaltado, tal si despertara-.¡Que lindo sonaba este nombre a mis oídos! Con los ojos puestos en este país recorrí los Balcanes y finalmente me embarque para Buenos Aires. Al llegar, un constructor me quiso llevar a Córdoba. ¿Para qué si en la Capital había trabajo como para hacerse rico en poco tiempo? Trabaje en distintas obras, entre otras la de la estación Once de Septiembre, y por último decidí irme al campo. Anduve por las Flores, donde hice de albañil y abrí la primera carbonería, y luego me traslade a Bolívar, construyendo frente a la plaza el primer edificio de dos pisos del pueblo, para una fabrica de macarrones. Vean la ocurrencia de hacer macarrones para los indios y gauchos que solo comían asado con cuero. Después, como decían que Carhué había sido conquistada a los indios de Namuncurá por el Coronel Nicolás Levalle, allá por 1877, me vine para estos lados, haciendo el viaje a caballo, con un tal Barragán, hijo de un resero. ¡ Me mareé de contemplar tanto campo! Carhué era solo un rancherío en torno al fuerte, y más afuera, cerca del arroyo, estaban las tolderías de la  indiada. Esta obedecía a los caciques “coroneles de la Nación” Manuel Grande y Tripailav, que prestaban servicios como auxiliares de caballería. Les habían entregado elementos para construir habitaciones y a muchos indios les dieron buenos ranchos y cabaña pajizas, pero ellos los destruyeron y prefirieron vivir en sus toldos de cuero.

El coronel Levalle, su mejor propagandista.

Fue don Miguel quien levanto las primeras casas de ladrillo cocido en el Carahué-Mapú (país de Carhué), último baluarte de los pampas. Así lo proclama con lógico orgullo, añadiendo que también construyo los primeros hornos de panadería. Muy pronto lo llamo el coronel Levalle y le encomendó la construcción de una casa para residencia de su estancia. Visitando al obra, el conquistador del Carahué-Mapú dijo delante de todos:

-Me gusta este mozo porque trabaja limpio.¡ Esto en albañilería! Muchachos como tú -dijo dirigiéndose a él-hacen falta para transformar el desierto en grandes ciudades. Carhué-siguió diciendo-lo será y La Pampa tendrá aquí su Capital.

-Fue un sueño del coronel-comenta don Miguel- porque “le gano el tirón” el general Roca, que designo a General Hacha como capital pampeana.

Pinta luego don Miguel con subidos tonos esa  vida finisecular en los incipientes pueblos otros asiento del aborigen, convertidos en hervideros de indios, gauchos, veteranos, aventureros de todos los rincones de la tierra y hombres ávidos de”hacer la América” mercado o regando con su sudor los surcos. Habla de todas las casas que levantó, subido en los andamios  hasta pasados los ochentas años, de cuando fundó con otros con nacionales, ya fallecidos, la Sociedad Italiana, y  de los Indios.

-Los indios no eran malos-expresa-Había cristianos peores que ellos. Valga un caso de que fui actor- añade-. Me  lavaba la ropa una india que vivía con un sargento de Levalle y una hija de ambos. Madre e hija eran maltratadas por el hombre, y un día llegue a la casa lo sorprendí castigando bárbaramente a la mujer. Defendí a la infeliz “china” el sargento enfurecido echo  mano a un facón, por lo que debí “acostarlo de un garrotazo”. Huyo la india y me pidió protección que no pude negarle. Al tiempo el sargento quiso llevársela, pero la mujer le contesto: “ Usted pegando siempre, no queriendo ir mas con usted”. Era una buena mujer y la hice mi compañera. Su hija murió, víctima de la mala vida que le diera el padre. Otra niña, en la que se fundió la sangre de dos mundos. Ocupo su lugar, pero la que le dio el ser no pudo sobrevivir. Mas tarde contraje matrimonio y vinieron seis hijos más, todos los que me han dado muchos nietos. Contribuyendo a cimentar pueblos sobre las lanzas indias y los cañones cristianos, y dando soldados y madres a esta  mi segunda patria, entiendo haber “hecho la América”.

Don Miguel, el hombre que salto de los páramos egipcios al desértico Carahué-mapu, dejando a su paso  la huella del progreso en una época bárbara, vuelve a quejarse de que “siente que se le hielan hasta los huesos”...

-¡ Ah, si estuviera en el canal de Suez donde siempre es verano!" 

 

Fuente: Desconocida.

Autor: G. Cuadrado Hernández

Recorte periodístico donado al museo por familiares de don Miguel Paladino.

PUBLICADO EN REVISTA MUSEOS DEL DESIERTO NRO 1 AÑO 2006

 

  

 

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