EL INDIO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO

Eduardo HIriart.
namuncura familia

“En una palabra, el plan del Poder Ejecutivo es contra el desierto para poblarlo, y no contra los indios para destruirlos... hasta conseguir que los moradores del desierto acepten por el rigor o por la templanza, los beneficios que la civilización les ofrece." La Nueva Línea de Fronteras, Informe del Ministro Alsina, 1877.

 

GUERRA DE FRONTERAS CONTRA EL INDIO

El "Problema Indio", iniciado con la llegada de los españoles a América, fue heredado por nuestro país, que buscó resolverlo sin éxito.

Los tratados con los que se buscó la paz, a cambio de tributos, fueron rotos alternativamente por unos y otros.

En 1874 Nicolás Avellaneda decide terminar con este sistema, ofreciendo la cartera de Guerra y Marina a Adolfo Alsina, que había sido anteriormente gobernador de la Provincia, Vicepresidente de Domingo F. Sarmiento durante el período anterior y uno de sus oponentes en la reciente contienda presidencial.

Alsina idea un plan basado en el avance de la frontera, la ocupación, fortificación y población de ciertos puntos del territorio indio, y la construcción de una nueva frontera fortificada.

El 30 de marzo de 1876 los casi setecientos hombres de la División Oeste del Tte. Cnel. Freyre, ocupan la Laguna del Monte dando inicio al pan de Alsina, que durante el mes siguiente ocuparía un amplio territorio, avanzando el Coronel Leopoldo Nelson (División Sur de Santa Fe), el Coronel Conrado Villegas (División Norte), y el Coronel Nicolás Levalle (División Costa Sur).

Este ejército estaba integrado por 35 jefes, 239 oficiales y 3.412 soldados, además de 68 familiares de la tropa que integraba la División Norte.

El Ministro no pudo paladear su victoria: agravadas viejas dolencias durante la campaña, regresó a Buenos Aires donde murió el 29 de diciembre de 1877, cuando sus comandantes habían obligado a los indios a retirarse con sus familias, tierra adentro.

Su plan, considerado inútil y oneroso por sus adversarios, fue quizá la solución buscada por tres siglos, a la que Roca sólo agregó lo que muchos consideran el genocidio del enemigo vencido.

 

QUÉ ES UN INDIO?

Cristóbal Colón los llamó indios porque, como todos hemos aprendido, cuando desembarcó en América suponía hacerlo en las Indias. Los llamó indios por confusión, diríamos.

Luego, se los llamó aborígenes –algunos postulan como origen etimológico “ab – origen” es decir: otro origen al nuestro o no creados por Dios- y actualmente distintos autores, como una suerte de reivindicación los llaman “primeros dueños de la tierra” o “pueblos originarios”.

Con un nombre que desconocemos habrían entrado a América desde Asia 30.000 años antes, por el Estrecho de Béring, y llegado aquí hace 10.000 años.

Hasta el S XVII fueron cazadores -especialmente guanacos, venados y ñandúes, luego de caballos y vacas salvajes.- y recolectores de huevos y frutos silvestres.

Su  tecnología se basaba en el uso del cuero, la piedra, la madera, y el hueso, a lo que para el S XII se agregaron la cestería, el tejido y la cerámica. Para el S XVIII el canje y el combate les procuraron los tejidos europeos, el vidrio y los metales.

Hasta su expulsión llevaron una vida nómada, con una economía basada en el robo de ganado, la caza y la recolección, una primitiva ganadería y agricultura y el trueque de plumas, tejidos y cueros con los blancos.

Para fines del S XIV se lo registra utilizando caballos, ya que hasta entonces se habían movilizado solo con sus propias piernas.

Constituyó así una unidad de combate difícil de doblegar y dispuso de la carne de potro como uno de sus alimentos preferidos.

A comienzos del siglo XVIII, las vacas cimarronas se habían reproducido ferazmente y los indios se hicieron también inseparables de su carne.

Pero la excesiva comercialización de los aborígenes y las matanzas indiscriminadas de los españoles y primeros argentinos con sus saladeros las extinguieron, originándose así el malón, la invasión con el móvil del robo de ganado, para ser aprovechado y/o vendido en Chile.

El indio malonqueaba para subsistir, era el centro de su economía, alentada desde el otro lado de la cordillera.

Esto sería para nosotros un indio.

 

PRIMERA CONQUISTA DEL DESIERTO

Desde el S XVII grupos de indios chilenos comenzaron  a  cruzar la cordillera, atraídos por el ganado cimarrón o presionados por la guerra que se les hacía en Chile, donde para el primer cuarto del S XIX estalló lo que se conoce como “Guerra a muerte” que involucró a patriotas y realistas, acercando cada bando a sus filas a distintos caciques.

Con la derrota de los españoles se produjo la primera migración de indios chilenos hacia nuestras pampas acompañados por soldados españoles que pronto se mezclaron con los indios como el caso de los conocidos Pincheira.

En relativamente poco tiempo dominaran, asimilaran o desplazaran a la población pampeana en un proceso que se conoce como “araucanización” y que si bien había comenzado un siglo antes, llega en este momento a su punto crítico.

Mientras se desarrollaba la Campaña de Rosas en 1933, el cacique Huilliche Callvucurá cruzó la cordillera, concretando en 1834, su Conquista de las tierras del sur y fundando el Cacicazgo de Salinas Grandes.

No pocos autores afirman que su llegada no fue casual, sino producto de la estrategia de Juan Manuel de Rosas, que lo habría llamado para lograr que, combatiendo con sus antiguos adversarios en Chile (Callvucurá había militado en el bando Patriota) ambas parcialidades se debilitaran o aún se extinguieran, entre sí.

La matanza de Masallé donde moriría el Cacique Rondeau y muchos hombres de su fuerza en manos de los recién llegados, sería el momento concreto de la nueva supremacía.

Para la mitad del siglo XIX los pueblos transandinos eran dueños casi indiscutibles de este inmenso mar de tierras.

Se podría decir que –si los amables lectores están de acuerdo- así se concreta la primera Conquista del Desierto.

 

TONOS DE GRIS EN ESTA HISTORIA

Volvemos a 1876 y al proceso fundador que nos incumbe.

Puede que no sea un análisis exacto el que se haría de este evidentemente complejo proceso si se lo simplifica mostrándolo como el desalojo prepotente de una cultura de sus tierras ancestrales, sin negar el hecho de que esto es parte esencial de lo que sucedió.

Tampoco si se lo ve como un conflicto entre razas, y no es que en el fondo no lo fuera.

Sobre lo primero es bueno saber que –como vimos antes- estos territorios habían sido conquistados por indios de Chile, tan extranjeros y opresores, si se quiere, como las tropas que nosotros llamaríamos nacionales.

Y sobre lo segundo es bueno saber que el Ejército Argentino de esa época no era exactamente “blanco”, y que el indio no era quizá tan indio, que es lo que charlaremos ahora.

 

1- EL EJÉRCITO MESTIZO

Cuando Freyre ocupa Guaminí, la región estaba bajo el dominio de los hermanos Juan José y Marcelino Catriel, de regreso a sus tierras ancestrales luego de más de cincuenta años en Azul, en calidad de “indios amigos”.

Su padre Juan Catriel, con 500 de lanceros, integró la vanguardia de 760 indios de la expedición de Rosas, que se caracterizó por producir una matanza indiscriminada.

“...No conviene que al avanzar una toldería traigan muchos enemigos vivos: con dos o cuatro es bastante; y si más se agarran, esos allí en caliente se matan a la vista de todo el que esté presente”[1]

El 10 % de la tropa que ocupa Guaminí eran “Indios amigos”, que iban, digamos, en primera fila[2]. Otros varios la integrarían en calidad de soldados, ya que esto era muy común. La misma proporción se puede encontrar en las demás columnas que avanzaron esta frontera.

Su jefe, el capitanejo Maldonao, había sido durante más de quince años el lugarteniente de Pincén, hasta que en 1871 se puso al servicio del Ejército.

Cuenta el ingeniero Alfredo Ebelot, no sin algo de reconocimiento y admiración que:

“Un día se presentaron inopinadamente en el fuerte General Paz.

Habían resuelto, decían, vivir y combatir en lo sucesivo con los cristianos.

Su deserción pareció sospechosa; se lo instaló cerca del fuerte bajo vigilancia. Cinco años han pasado desde entonces, cinco años decisivos.

Maldonado no ha cambiado.”[3]

Estanislao Zeballos lo encuentra en 1879 acampado en San Carlos, en los toldos de su cuñado Quiñelev:

“...el capitanejo Maldonado, tape de cara, de pelo y patillas cerdosos, con sesenta años de edad, nariz pelotuda, estatura de enano y por remate obeso.

Los tres señores de aquella reducida tribu en que había más mujeres que hombres, tenían en la mirada la energía típica de la familia araucana, los ojos cubiertos de una red de nervios inyectados en sangre, y una manera traidora de mirar a hurtadillas, sin fijar la vista con franqueza jamás en el interlocutor.

Las estaturas de estos personajes, que medí, dieron: Quiñelev 1m 55, Chipitruz 1m 50, Maldonado 1m 48. ¡Vaya unas fachas de soberanos!”[4]

En cuanto al resto de esa tropa, abundante bibliografía cuenta los métodos por medio de los cuales se remontaban los batallones: los abusos políticos, los castigos a criminales de diferentes calibres, los prisioneros de guerra, los marginales (negros, desertores y aventureros de otras naciones, hombres sin familia ni horizonte, indios afincados en los pueblos) llenaban sus plazas y se mezclaban con unos no muchos militares de carrera con un resultado multicolor y heterogéneo donde los gauchos, mestizos de blancos, indios y negros, no eran seguramente la minoría.

No era un ejército caucásico esto es un hecho.

Y a partir de 1876 nuevos elementos se agregaron: los indios prisioneros que tomaron las armas y los uniformes de la Nación y marcharon en contra de sus antiguos hermanos y aliados.

Para julio de 1879 se habían tomado 976 prisioneros de pelea y 2.421 de chusma y se presentaron rendidos 1.149 indios de lanza y 2.209 de chusma…”[5]

Muchos de los prisioneros y casi todos sus familiares eran inmediatamente distribuidos en las localidades del interior pero muchos otros quedaban en los campamentos, mujeres como concubinas y luego esposas de los soldados o de los indios amigos y niños como músicos o sirvientes.

Queda claro este panorama como una realidad consolidada al punto que, en 1879 el General Roca daría la siguiente Orden del día:

“Se previene a los jefes que tienen indios a su cargo, ya sea en servicio, en calidad de amigos o de prisioneros, tengan el mayor cuidado en que estos se sujeten a las costumbres que amparan las leyes y usos de la civilización, no consintiéndoles de ninguna manera que se casen con dos o más mujeres, ni que las ceremonias se aparten de la buena moral y decencia, para cuyo cumplimiento emplearán no sólo la insinuación, sino también medidas represivas en caso que fuese preciso.”[6]

Alfredo Ebelot da un ejemplo interesante y significativo a su llegada a Guaminí:

“El regimiento llegó justo a tiempo para capturar una media docena de animales, dos indias y tres niños, que fueron elevados de inmediato a la categoría de cornetas de Caballería. Sus progresos han sido rápidos, el indio es músico por naturaleza y uno de ellos es actualmente trombón. Las dos mujeres, una joven y una vieja, la joven tan bonita y la vieja tan fea como sólo las indias pueden serlo, fueron reclamadas por el capitanejo que comandaba nuestro pelotón de guías irregulares, en calidad de parientes próximos. Ese mismo día se instaló con sus pretendidas parientes en una tienda de cuero de vaca tan pequeña, que no se comprendía como podía contener tres personas. Cuando la más joven se reveló encinta, fue convertida en la esposa del oficial.”

Volviendo a la remonta de batallones con indios rendidos y prisioneros, el 6 de julio de 1879, en la Iglesia de Monserrat, se procedió al bautismo de noventa indios pertenecientes al batallón 8 de línea,[7] el 27 de julio siguiente, en la iglesia de la Recoleta a ciento diez “soldados indígenas” del 11 de línea y en el mismo acto a “marineros aborígenes”. Y así hasta el mes de agosto de 1879, cuando los indígenas bautizados llegaban a mil doscientos diez, apadrinados por los jefes y oficiales de los cuerpos de tierra o de mar.

Avellaneda informaba el 5 de julio 2.125 prisioneros y desde el 6 de julio y hasta agosto se contabilizaron 1.210 soldados indígenas bautizados sólo en Capital. Cada uno podrá formarse una opinión sobre este punto.

Por lo menos el 30 % de la tropa que hizo la campaña de Nahuel Huapi (1881) eran indios.[8]

 

2- INDIOS DE COLORES

En los últimos tiempos muchas investigaciones rompen con el estereotipo de los mundos indio y blanco en pugna constante, optando por una frontera “agujereada” que era atravesada por unos y otras en forma continua en un tráfico que eventualmente disminuía cuando la situación se tornaba violenta.

No existía un estado continuo de guerra.

Los indios llegaban a las ciudades a negociar sus productos y los blancos recorrían el camino inverso con el mismo fin o para negociar la liberación de cautivos. También para escapar de la justicia y de la injusticia, ya que el número de criminales desertores, refugiados políticos y hasta médicos y maestros que llegaban a las tolderías y eran aceptados e integrados a ellas era bien importante, permaneciendo por períodos variables y hasta definitivos.

Y a esto se sumaban los cautivos, en una ecuación que se repetía desde por lo menos un siglo atrás.

Lucio V. Mansilla estima en 1870 la población de los ranqueles del Sur de Córdoba y Norte de La Pampa en unos 8 a 10.000 individuos –1.300 de ellos de pelea- que tenían en su poder entre 600 y 800 cautivos, la mayor parte de ellos mujeres, ya que los malones correrías y ataques de los indios tenían a las mujeres por el mas codiciado botín.[9]

“Ese Cristiana mas blanco mas alto mas pelo fino ese cristiana mas lindo.”[10]

La inmensa mayoría de ellas eran distribuidas entre los indios de jerarquías como sirvientas, protegidas, concubinas y hasta esposas.

El número de hijos mestizos que poblaba los toldos no debía ser pequeño. Estos cuando eran varones así como los cautivos de corta edad, crecían dentro de esa cultura y luego participaban de los malones como un indio mas.

Uno podría buscar y encontrar muchos elementos auténticos en las culturas de la pampa pero es claro que se llevaría un chasco buscando pureza racial.

 

3-EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO, EL MEJOR BLANQUEADOR

Volviendo al bautismo de “soldados indígenas”, si bien es cierto que en algunos casos éstos conservaban sus nombres en la mayoría de los casos no era así: adoptaban los sus padrinos, cayendo sobre ellos una suerte de camuflaje: en los papeles muchos parecerán desde entonces blancos.

En lo que refería a personas de cierto linaje, el apellido, ya ilustre, de los jefes derrotados se conservaba:

“...el día 11 de agosto [1879] se celebró en la iglesia del Pilar el bautismo de los caciques Juan José Catriel, Marcelino Catriel, Melideo Juan, Cañamil y Faustino Huanchaquil, siendo padrinos el Comandante Remigio Gil, Capitán Rodolfo Domínguez D. Saúl Cardoso, D. M. Lamarque y D. N. Araujo, y madrinas las señoras Petrona N. de Lamarca, Leonor G. de Borbón, Francisca M. de Morales y señoritas Luisa Villanueva y  Eladia Cardoso. Inmediatamente se efectuó, también, el matrimonio religioso de los citados caciques, sirviéndoles de padrinos las mismas personas.”[11]

Por otro lado y por supuesto –ya que la Iglesia acompañó y en muchos casos precedió con su “Conquista Espiritual” a la conquista por las armas-, el proceso de bautismo no se dio solamente en las ciudades sino que también en los territorios recientemente conquistados.

Monseñor Antonio Espinoza, capellán de la campaña de Roca de 1879, que entre el 15 de enero y el 21 de abril de 1880 realizó 898 bautismos, 134 casamientos y 6.567 confirmaciones en Patagonia, Patagones, orillas del Río Negro y Bahía Blanca, lleva a cabo durante su Misión a Carhué, Puán y Guaminí -22 de enero al 19 de abril de 1881- 552 bautismos, 227 comuniones, 767 confirmaciones y 128 casamientos, 91 de ellos entre indios de los cuales 133 bautismos, 159 confirmaciones, 2 comuniones y 27 casamientos fueron en Guaminí.

El Cardenal Copello, que investigó la evangelización de Fray Bentivoglio como capellán de la Tercera División de Racedo, testimonió que éste bautizó 152 niños indígenas desde el 5 al 20 de julio de 1879 en la Pampa, Neuquén y Río Negro y conservando un detalle de los nombres primitivos de las criaturas y a un costado de ellos, los impuestos por el buen fraile.”[12]

Muchos indios desaparecen de los documentos como tales, “renaciendo” con nombres que por ser propios de nuestra cultura, crean un espejismo de “blancura cultural” que oculta “eficazmente” a los anteriores habitantes de estas tierras.

Quién adivinaría que Máximo y Juana Ortiz; Manuel Camerón y Juana Salomón, José María García y Aniceta Malvaso, parejas que consagró en matrimonio Monseñor Espinoza en febrero de 1880 eran indios si él mismo no lo hubiera anotado en su diario?

Otro dato similar: Monseñor Espinoza confirmó en Guaminí al cacique Santos Fernández, conocido según él por Huenchul, un caso en el que un posiblemente verdadero nombre pasa a ser una suerte de “alias”.

Quién sabe en cuál o en cuántos de nuestros pueblos caminan los biznietos y tataranietos de esta gente, con la misma ropa y las mismas pasiones que nosotros?

Cuántos de nosotros seremos ellos?

 

4- PRIMEROS POBLADORES

Y estos indios, transfigurados como se ha visto, quedaron en muchos casos viviendo y trabajando en nuestros pueblos y campos.

 En 1880 -según  Estanislao Zeballos[13]- en nuestro pueblo vivían menos de cuatrocientas personas, encontrándose parte de él desocupado a consecuencia del retiro de las tropas -que eran una importante proporción de sus habitantes- al Río Negro. La población nueva llegaba gradualmente.

Y dice: “Además de las familias cristianas hay unos 60 indios con las mujeres e hijos, que hacen vida civilizada[14]... visten estos indios como los cristianos y viven en las casas del pueblo, revelando una índole mansa y de fácil cultura moral, debido sin duda a que desde su infancia están en los campamentos. Sus hijos asisten a la escuela y algunos leen y escriben ya.”[15]

Según el Censo provincial de 1881, los territorios que hoy se reconocen como Partidos de Puan, Adolfo Alsina, Guaminí y Trenque Lauquen, sumaban una población en conjunto de 3.218 personas, de las cuales 2.392 eran población urbana.

Habitaban el Partido -en ese entonces “Territorio Fronterizo”- 1.178 personas, de las cuales 967 eran nacidas en el país, y de ellas, 153 eran “indígenas” (el 13 % de la población). En la Provincia se registraban, en total, 1.268 “indígenas” viviendo entre 393.482 habitantes nacidos en el país.

El cacique guaminense para ese entonces, según Monseñor Espinoza, era Guantaú.

Y este sería el paisaje humano que se repetiría en toda la frontera: razas que se mezclaban a las que se iban agregando los primeros europeos.

Extremo es el caso de Puán, pueblo en el que en 1881 Monseñor Espinosa dice:

“...no hay mas cristianos que el Comandante Antonio Cané, sus dos hijos y tres comerciantes; los demás son indios de Pichihuincá, 42 de lanza y mujeres y chicos 150.”

Pichihuincá había sido bautizado como Manuel Ferreira y sus indios se llamaban “Los fieles del Sud”. Su hijo Juan estaba desde hace dos años en el Colegio de Padres Bayoneses.

Cuando uno piensa que los indios fueron expulsados y exterminados, sin poner en duda la abundante sangre derramada, es valioso para entender nuestra historia, saber esto que hemos compartido: que no se fueron del todo.

 

 

Bibliografía

Alsina, Adolfo, “La Nueva Línea de Fronteras”. Memoria especial del Ministro de Guerra y Marina. Año 1877, Lucha de Fronteras con el indio, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Talleres Gráficos Lamadrid, 1977.

Ebelot, Alfredo, “Frontera Sur, Recuerdos y relatos de la campaña del Desierto”, Editorial Kraft, Buenos Aires, 1968.

Ebelot, Alfredo, “La Pampa”, costumbres argentinas, serie Siglo y medio Nº24, Eudeba, Bs. as., 1961.

Espinoza, Antonio, “La Conquista del Desierto, Diario de la Campaña de 1879”, Editorial Freeland, Colección Nuestra Historia, Buenos Aires, 1968.

Gutiérrez, Eduardo La muerte de Buenos Aires (Epopeya de 1880).

Lupo, Remigio, “La Conquista del Desierto, Crónicas de la campaña de 1879 del General Roca”, Editorial Freeland, Colección Nuestra Historia, Buenos Aires, 1968.

Masilla, Lucio V., “Una Excursión a los indios ranqueles”, Biblioteca de Literatura Hispanoamericana, Colección Austral, Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S. A., Buenos Aires 1993.

Raone, Juan Mario, “Fortines del Desierto, Mojones de civilización”, Talleres Gráficos Editorial Lito, 1969.

Sarramone, Alberto, Catriel y los indios pampas de Buenos Aires, IDEA servicios gráficos integrales, Azul, 1993.

Vezub, Julio Indios y soldados, El Elefante Blanco, Bs. As. 2002

Zeballos, Estanislao, “Viaje al País de los Araucanos”, Colección El Pasado Argentino, dirigida por Gregorio Weinberg. Librería Hachette S. A., Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Compañía Impresora Argentina S. A., 1960.

 

 

Citas

[1] Carta de Juan Manuel de Rosas a Pedro Gallo, citada por Alberto Sarramone en Catriel y los indios pampas de Buenos Aires.

[2] “Marzo 18 - Este día se da la orden de estar preparados para marchar a la Diana, haciendo mover hasta la "Cabeza de Buey" a la vanguardia, que se componía de un oficial y treinta soldados del Regimiento Nº2 de Caballería de Línea, de igual número del Batallón 7º de Infantería, de treinta y cuatro guardias nacionales y sesenta indios amigos. El todo a órdenes del Capitán D. Camilo García.” Informe del Tte. Cnel. Freyre, febrero de 1877.

[3] Alfredo Ebelot, La conquista de 15.000 leguas.

[4] Estanislao Cevallos, Viaje al País de los Araucanos.

[5] Monseñor Espinoza La Conquista del Desierto, nota de Bartolomé Galíndez.

[6] Monseñor Espinoza, op. cit.,nota de Bartolomé Galíndez.

[7] “El 8 de línea era el único cuerpo que había logrado, no sabemos por qué, hacerse antipático a Buenos Aires. Sus filas habían sido llenadas con indios, al extremo de contarse entre ellos tantos indios como soldados antiguos. El coronel Donovan no tenía las simpatías del pueblo que desconfiaba de sus indios y veía en el 8 un cuerpo decididamente enemigo de Buenos Aires.” Eduardo Gutiérrez, La muerte de Buenos Aires (Epopeya de 1880).

[8] Méndez, Laura Universidad del Comahue citada por Julio Verzub en Indios y soldados, 2002.

[9] Augusto Cortázar, citado por Albert Sarramone, op. cit.

[10] Un indio le comenta a Mansilla en Una Excursión a los indios ranqueles.

[11] Monseñor Espinoza, Op. cit., nota de Bartolomé Galíndez.

[12] Monseñor Espinoza, Op. cit., Nota de Bartolomé Galíndez

[13] Estanislao Zeballos, Op cit.

[14] No queda claro si estas familias indias están incluidas en el cálculo de habitantes de Guaminí, pero tal vez no. Un cálculo rápido nos hace suponer que el 25% de los guaminenses de entonces, eran indios.

[15] Estanislao Zeballos, Op cit.

 

(Publicado en 2007, en Revista Museos del Desierto Nº 5)

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