"LAS RASTRILLADAS"

Hugo Martínez Viademonte
RASTRILLADA ELEODORO MARENCO

"LAS RASTRILLADAS"

A Don Raúl Eduardo Amadori a quién seguí, imité, plagié y tergiversé.

En términos generales se acepta, en la Argentina, que la “rastrillada· por antonomasia es el camino informal que de  las proximidades de Luján, en la Provincia de Buenos Aires, llegaba hasta lo que es hoy Valdivia, Temuco o Concepción en la región centro-sur de Chile, luego de atravesar la Cordillera de los Andes.

Pero la historia de las rastrilladas es prácticamente simultánea a la aparición del hombre sobre la tierra. Si datamos ese hecho en unos 100.000 años atrás, hay restos óseos humanos de esa época, también se puede afirmar que por entonces  existían lugares de tránsito comunes a varias especies  de animales que eran compartidos por el hombre. Hoy, si usamos la imaginación podemos ver en el centro de África, en el corredor de Serengeti, la marcha de centenares de miles de animales en una peregrinación anual en busca de pastos, cuando la sequía desbasta las planicie de Tanzania, su lugar de origen.

Esta gran marcha, siempre por el mismo camino, todos los años, puede ser una excelente imagen de lo que debe haber sido la marcha del hombre desde su origen, en las proximidades de Etiopía, hasta llegar a poblar toda la tierra. El camino inscripto sobre el pergamino de la tierra, muchas veces a golpe de talón, otras a pezuñas de animales, siguiendo ríos o fuentes de agua, venciendo mil peligros en su larga trayectoria.

La Ruta de la Seda, El Camino del Inca, el Camino Real de Buenos Aires a Lima, el Camino Real de Tierra Adentro de México a Santa Fe en los Estados Unidos, el Camino de los Reyes, desde San Agustín en la Florida hasta México, el Real Camino de Panamá hasta Portobello,  la picada guaraní desde el golfo de Santa Catarina en Brasil, hasta Asunción en el Paraguay por la que los hermanos Goes llevaron siete vacas y un toro en 1555, y uno más de todos ellos, la Rastrillada de los Chilenos.

Una interesante peculiaridad de la Rastrillada de los Chilenos es  seguramente que constituye la ruta natural que tuvo mayor frecuencia de paso. Durante el siglo XIX los indios araucanos y pampas araucanizados,  formaron arreos de miles de animales que llevaron de extremo a extremo de la rastrillada. Calcular el número total de vacunos, yeguarizos y ovinos, que vagaban por la pampa, o los que eran arreados por la rastrillada, es un cálculo que no tiene siquiera un número estimado. Ciertamente que documentos oficiales citan arreos de hasta 250.000 animales, incluyendo vacas, ovejas y caballos,  pero esa cifra parece exagerada a ojos de especialistas y gente del oficio.

Como toda rastrillada su trazado no consistía en un único diseño, sino que más bien constituía una red de caminos paralelos que seguían, en términos generales, las pasturas y aguadas necesarias para lo animales y sostener la vida del hombre. La actual Ruta Nacional Número 3 (RN3) sigue de una manera aproximada la rastrillada de los Chilenos, así como las principales rutas europeas están trazadas en buena parte sobre las vías romanas, que a la vez utilizaron la rastilladas preexistentes.

Los “malones”, aquellas invasiones indígenas de guerra y apropiación se realizaban en el mes de diciembre, al inicio del verano, para tener tiempo de llegar a los pasos andinos antes de las primeras nevadas  de marzo. Una de las estaciones de distribución de ese tráfico estaba situado en Leuvucó, en la actual provincia de La Pampa, donde se cruzaban caminos con varias orientaciones. Uno hacia el norte para penetrar en la provincia de San Luis, otro hacia  el sur en busca del río Negro, otra rastrillada hacia el sur-este, buscando el cruce en lo que hoy es Padre Buodo y luego General Acha, y de allí Lihuel Canel, hacia el río Colorado, o más hacia el sur para hallar el rio Negro, y llegar a los pasos cordilleranos del sur, casi todos ellos hoy en la provincia de Neuquén,  que son de baja altura, menor a los mil metros sobre el nivel de mar. Más bajos requieren menor esfuerzo, y se ubican por debajo de la cota de las nevadas.

De todos modos era una ruta de sacrificio y muerte. De hombres y animales. Tres meses caminando con premura, poca comida, escasa agua, sin dudas que originaría la muerte de miles de animales, los enfermos, lastimados, viejos, recién nacidos, que no aguantaban el esfuerzo  colosal de la travesía,  hasta llegar a ser vendidos en el mercado chileno.  Allí los indios entregaban la carga a cambio de dinero que invertían en comprar sustento, alcohol y armas. Con razón, uno de los historiadores más documentado sobre el tema, Jorge Rojas Lagarde,  llamó a la Rastrillada de los Chilenos, la Ruta de la Muerte.

Los indios  se hallaban inmersos dentro de un sistema de producción precapitalista, un paso adelantado a la etapa de recolección y caza que los había distinguido. No tenían, peor aún, no tienen hoy, ninguna propuesta productiva. Hasta el momento, cuando querellan en Tribunales la devolución de tierras que perdieron en la guerra, jamás adjuntan una propuesta de producción. “No han plantado un solo árbol”, se queja Raúl Eduardo Amadori. En el mejor de los casos hoy poseen una huerta personal para su propio sustento.

Toda ruta es vía de doble circulación, lleva y trae múltiples cosas, además del transporte específico de su uso. Por la Ruta de la Seda se intercambiaron ideas, culturas, costumbres, especies, enfermedades, y la seda, que la definía.

La rastrillada de los chilenos era una ruta conocida desde un siglo antes que llegaran a Carhué los araucanos de Calfucurá. Desde 1740, cuando los avatares de la política europea interrumpía el suministro de sal que desde España se enviaba a estas colonias, se efectúan expediciones a las Salinas Grandes, en la actual provincia de La Pampa, de tropas de carreta y carruajes,  a buscar sal para abastecer a la ciudad de Buenos Aires. El trazado es el mismo que en 1875 utilizó el Malón Grande para evacuar hacia Chile el ganado robado.

La batalla principal de la guerra contra el indio no se libró sobre suelo americano, sino que fue en Europa alrededor del 1750, cuando la Revolución Industrial se impuso como sistema productivo obteniendo el triunfo las mismas fuerzas económicas que un siglo después,  derrotarían al indio en las pampas argentinas en 1880.  Se puede y aún más, se debe historiar la llamada Conquista del Desierto hasta en sus pormenores más finos. Pero a la vez se debe tener presente que esa conquista es parte de las acciones que sustentaban dos modos de producción enfrentados, la economía de sustento y consumo histórico, anclados en última instancia en el precapitalismo; y la modernización poderosa de la Revolución Industrial y el método de producción capitalista.

Los rodeos pampeanos, eran, si se quieren bienes mostrencos, nullius, sin dueño que por derecho romano pertenecían al estado. Llevados a Chile eran vendidos fundamentalmente para consumo directo. En cambio los capitales financieros porteños los utilizaban para su industrialización y el consumo. Las carnes y cueros eran salados y más tarde exportados a Europa.  La lucha entre ambos sistema de producción no admite neutrales ni buenos modales, es necesariamente a muerte. Cada uno provee a sus parciales de los medios que dispone para su defensa y ataque. La producción industrial europea, puso en mano de sus hombres el fusil semiautomático, generalmente en su versión Remington 1876 llamado Patria, que eliminaba la táctica de los ataques en oleada de los indios, mientras los soldados  procedían a la carga por la boca (avant charge) de sus mosquetones o fusiles a chispa. Los fusiles semiautomáticos les impedían llegar a la lucha cuerpo a cuerpo con sus temibles bolas de piedra.

El arsenal del industrialismo no se limitaba a la provisión de armas, aunque cumplieron roles decisivos, sino que tan enemigas como los fusiles resultaban otros elementos de no tan inmediata visualización. El alambre, liso y de púas llegado desde Inglaterra en 1845 y que en 1855 parceló la primera estancia argentina era también un arma contra el indio. Los campos cercados era un impedimento formidable contra la libre circulación en las rastrilladas. El alambre, al parcelar el campo, permitió el mejoramiento genético de animales y cereales; y el toro Tarquino, primer Shorthorn importando de Inglaterra fue también un arma del progreso. Luego los saladeros, los frigoríficos, el Conde Liebing más tarde, con su invento el extracto de carne,  el tren, el telégrafo, etc. fueron montando la máquina de producción agro-ganadera que hizo opulenta a la Argentina. El costo de esta producción fue el mismo que se pagó en Europa, la profundización de la división social, la formación del proletariado interno, y la distribución inequitativa de los beneficios, etc.  Pero este costo no significa que el sistema anterior fuera un mundo idílico de mayor protección social, más cuidadoso del medio ambiente, y más respetuoso de las libertades humanas. Había mejoras notables entre ser hilandera de Birmingham, y cuarta esposa de Painé.

La visión romántica de los indigenistas ha elaborado una especie de hagiografía,  estilo medieval especializado en la historia de la vida de los santos, a lo que rodean de todas las virtudes que pudieron tener o inventar alrededor de ellos. Así nace la leyenda del indio ecologista, preocupación que jamás tuvieron los indios, y que es tanto como hablar del sentido ambientalista de los hacheros vascos, los aizkolaris. No es nada que les interese.

Los indios eran depredadores natos, que incendiaban los campos para cubrir sus retiradas, que mataban yeguarizos simplemente para beberles la sangre, o como los gauchos que mataban una vaca para comerles la lengua. Las rastrilladas mostraban los osarios del camino,  prueba sólida del despilfarro biológico,  que tendrían un índice estimado del 10% en muertes por el esfuerzo de la marcha. No son los indios argentinos los únicos inventores de las patrañas ecológicas. Circula un falso documento atribuido al Cacique Seattle, que en 1855 habría dirigido al presidente de los Estados Unidos. Hoy se sabe que ese documento ecologista fue escrito por Ted Perry, un guionista cinematográfico, para un film documental que relata la vida de Seattle. El seudo documento de Perry fue retocado en 1970 por un grupo de militantes verdes para darle más fuerza aún. Lo único histórico es que el Cacique Seattle dirigió, una carta, o un discurso, al presidente, del que no quedó versión alguna, salvo la memoria de un asistente, que treinta años después del hecho relata extractos de la intervención. Así nació el evangelio de los indios ecologistas.

Cuando la industria agroganadera triunfó, estableciéndose en la costa atlántica o en los ríos interiores tributarios, la rastrillada hacia el oeste perdió significación. En 1905 los frigoríficos Liebing de Colón en Entre Ríos, o en Fray Bentos, Uruguay, exigían más de 2.000 vacunos diarios para elaborar su extracto de carne, o el corned beef cocido. Una demanda en la puerta de la casa que anuló el tráfico de la Rastrillada de los Chilenos.

Podemos concluir con un prestigioso testigo de la época, Rafael Obligado, poeta, que de una manera lírica relata un contrapunto de guitarras de dos personajes de leyenda, Santos Vega, el payador tradicional inigualable, “aquel de la larga fama”, que enfrenta a un personaje misterioso, “Juan Sin Ropas”, imagen faústica del Diablo, del que todo lo sabe, del Progreso, según el poeta. Y mientras canta Juan Sin Ropa, se levantan cien pueblos en la pampa,  se conoce “la promesa del arado que abre cauces a la vida”, “se derrama Europa sobre el campo”. Santos Vega reconoce, entonces, que le llegó la hora de morir. Se había instalado en la Argentina el sistema de producción capitalista con su extraordinaria fuerza de cambios sociales.

Las rastrilladas se hicieron caminos y quienes hoy viajan a Neuquén desde Buenos Aires por la RN 3, vuelven a recorrer la Rastrillada de los Chilenos, utilizando los mismos pasos para llegar a Chile, Icalma, Puyehue,Tromen, Hua Hum, Pino Hachado, etc. que los usados por los araucanos, sin llevar ni traer vacas, en todo caso una pantalla de televisión de plasma, o comprándola allá para traerla acá, según manden las vicisitudes de la política cambiaria financiera.

Hugo Martínez Viademonte

Verano de 2012

Artículo enviado para publicar en La Revista Museos del Desierto Nº 12, que nunca se editó, dado que se discontinuó el proyecto. 

 

RASTRILLADAS CHILENOS SALINAS GRANDES CARHUE
RASTRILLADAS CHILENOS SALINAS GRANDES CARHUE
RASTRILLADAS CHILENOS SALINAS GRANDES CARHUE CONGRESO ARAUCANIA
RASTRILLADAS CHILENOS SALINAS GRANDES CARHUE CONGRESO ARAUCANIA
RASTRILLADAS CHILENOS SALINAS GRANDES CARHUE  CONGRESO ARAUCANIA
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